Libre de químicos
Hace poco vi en televisión un interesante documental sobre Tombuctú, la mítica ciudad de Malí cercana al Níger. En determinado momento la cámara se orientó hacia una carnicería callejera. La voz en off comentó que, a pesar de las numerosas moscas que se posaban sobre la carne, se trataba de carne «libre de químicos». Lógicamente, como cada vez que se utiliza esa expresión, el locutor no explicó a qué químicos se refería, ni hizo mención al deplorable estado higiénico del puesto de venta, ni al penoso estado del mandil del carnicero, que debió de haber dejado de ser blanco en tiempos del emperador Musa. Tampoco hizo referencia a la esperanza media de vida en Malí, que no alcanza los 55 años, ni a la tasa de mortalidad infantil de 104 muertes/1.000 nacimientos; lo importante para el autor del documental es que en Tombuctú ¡qué suerte tienen! comen carne libre de químicos.
Aunque tiene una historia fascinante, no voy a hablar de Tombuctú, sino de la manoseada expresión «libre de químicos», que han acuñado los gurús del consumo alternativo, profetas de la alimentación orgánica, natural y ecológica y apóstoles de la ignorancia y la superchería. ¿Qué quieren decir cuando utilizan esa expresión? Si atendemos estrictamente a la semántica, libre de químicos significa que no tiene químicos, es decir, que no tiene científicos especializados en química. Los químicos somos personas como las demás, con nuestros defectos y virtudes, y con unos conocimientos específicos de la ciencia que estudia las sustancias, su estructura, sus propiedades y sus reacciones. Hace muchos siglos éramos druidas, luego fuimos alquimistas y, últimamente, sobre todo desde Antoine de Lavoisier, nos llaman químicos. Lógicamente -como a cualquiera- no nos gusta que quieran librarse de nosotros, como se libraron del pobre Lavoisier, guillotinado en tiempos de Robespierre.
Alguien dirá que es evidente que «libre de químicos» quiere decir «libre de productos químicos». Probablemente sea así, aunque lo evidente es la incorrección sintáctica y también es indudable que algo libre de sustancias químicas solo pueden ser los sueños, los teoremas, los conceptos, los ángeles, los espíritus… No existe carne libre de sustancias químicas, ni en Tombuctú ni en las estanterías de alimentos orgánicos del supermercado, ni alimento que no esté formado por sustancias químicas. Incluso los que abogan por los alimentos «libres de químicos» están ellos mismos hechos de sustancias químicas.
Objetaran entonces los gurús de lo alternativo que se refieren a «libre de productos químicos perjudiciales», lo que de nuevo no quiere decir nada. ¿Qué es un producto químico perjudicial? Tomemos por ejemplo el cianuro, un veneno mortal (perjudicial), pero que se encuentra de forma natural en almendras y nueces, y que tiene aplicaciones en medicina (beneficioso). Debemos recordar al último de los grandes alquimistas, Teofrasto Paracelso, que decía que «Todo es veneno, nada es veneno. Solo la dosis hace el veneno». También podemos mencionar otro producto natural, la toxina botulínica, una neurotoxina elaborada por la bacteria Clostridium botulinum, que es uno de los venenos más poderosos que existen, pero que también tiene aplicaciones en traumatología y oftalmología. Y en sentido contrario, algo tan inofensivo como la sal común es capaz de matar a altas dosis. La frontera entre lo perjudicial y lo beneficioso está en la aplicación concreta y en la dosis; querer establecer la dicotomía natural-beneficioso frente a artificial-perjudicial es un fraude de dimensiones estratosféricas, porque ni todo lo natural es bueno ni todo lo artificial es dañino. Como comentaba en su blog Mauricio-José Schwarz, «libre de químicos o libre de sustancias químicas es una frase publicitaria de gran impacto que justifica que le cobren a usted más, a veces mucho más, por los productos que consume. Como otros reclamos publicitarios (natural, orgánico, ecológico, tradicional) forma parte de la enorme industria del consumo alternativo».
Y por cerrar el círculo volvemos a las muy naturales y orgánicas moscas de Tombuctú, con su alto potencial de transmisión de enfermedades y de contaminación de alimentos, y con su carga de bacterias como Vibrio cholerae o Campylobacter jejuni. Por cierto, un método muy efectivo para combatir a estas bacterias, mejorar la higiene, evitar enfermedades y salvar vidas humanas son las sustancias químicas conocidas como biocidas o desinfectantes.
Imagen: vidas famosas.